Pablo Idoate
“Hablaremos de ese vicio saludable que no entiende de sexo ni edad. Ése que traspasa fronteras más allá de cultura y religión. Crea amistades, levanta pasiones y, además, es gratis. Consumiremos deporte. Dosis sin límites.”
La educación, clave para erradicar la violencia
Hoy, 25 de noviembre, volvemos a alzar la voz contra la violencia de género. Volvemos a conmemorar a las mujeres que ya no están, a las que sufren en silencio y a las que resisten cada día. Sin embargo, conmemorar no es suficiente. Las cifras de víctimas, las noticias diarias y las realidades que nos rodean nos gritan algo evidente: el sistema falla, y seguirá fallando si no entendemos que la solución comienza con la educación.
La violencia de género no es casualidad ni accidente. Es el resultado de años de normalización de conductas machistas, de mensajes en los que se trivializa el control, la desigualdad y el desprecio. Es la consecuencia de una sociedad que no educa en igualdad ni en respeto, sino que perpetúa roles y estereotipos.
La pregunta es clara: ¿hasta cuándo vamos a permitirlo? Porque no basta con condenar, marchar o encender velas. Lo que necesitamos es actuar, y actuar desde la raíz: en las aulas, en las casas y en todos los espacios donde se forman las personas.
La educación es nuestra única arma efectiva. No podemos seguir criando generaciones que repitan los mismos patrones. Es urgente que las escuelas incorporen programas sólidos de igualdad de género, que enseñen a niños y niñas a cuestionar los roles impuestos, a rechazar la violencia en todas sus formas y a construir relaciones basadas en el respeto. Y sí, la educación debe ser incómoda, porque tiene que deshacer los prejuicios con los que tantos crecen.
Pero no solo se trata de enseñar a los estudiantes; también debemos formar a quienes educan. No podemos tolerar profesores que perpetúen estereotipos o que ignoren el impacto de sus palabras y acciones. Las aulas deben ser refugios, no espacios donde se reproduzcan las mismas dinámicas de desigualdad.
El 25 de noviembre no es un día para discursos vacíos ni gestos simbólicos. Es un día para reconocer que estamos fallando como sociedad y que el cambio debe empezar ya. Si no apostamos por una educación que rompa las cadenas de la violencia, estaremos condenados a seguir recordando a las víctimas sin nunca cambiar su destino.
No hay excusas, no hay tiempo que perder. Eduquemos para prevenir, para respetar y para transformar. Porque solo así construiremos un futuro donde el 25 de noviembre deje de ser necesario.