Victor Moreno

Victor Moreno

Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.

2015-09-24

¡Ah, las convicciones personales!

A nadie reprocharé que tenga convicciones personales, sabiendo que conseguir un manojo de ellas es trabajo de una vida.

Y, máxime, si dicho cargamento mental ha sido, como se dice, producto de la elaboración del propio pensamiento, cosa que siempre estará por ver. En lo que conviene reparar, aunque duela, es que nadie es dueño original de sus convicciones. La mayor parte es herencia del campo ideológico en el que uno se mueve. Las convicciones personales como los hábitos son destilación del tute dialéctico que uno establece con la realidad que le ha tocado vivir. Adquiere y soporta aquellas convicciones que le sirven para sobrevivir del modo más digno.

Pero, a veces, lo importante no es lo que pensamos sobre esta o aquella parcela de la realidad, sino conocer su porqué. ¿Por qué pensamos lo que pensamos sobre la crisis, el aborto, la unidad de España y la existencia en el más allá o en el más acá? Si conociéramos el origen de nuestras convicciones las abandonaríamos al instante. En especial, si dichas convicciones coinciden con las que mantuvieron algunos crápulas.

Una cosa es tener las ideas que se dice que se tienen y muy otra la razón por la que aseguramos que las tenemos.

Y está, no solo la calidad, sino la cantidad. Es muy extraño que existan tantas personas que tengan tantas convicciones personales acerca de la realidad más o menos problemática. Sin duda que se trata de personas muy cualificadas, tanto que les permite absorber las ideas de los demás y presentarlas como propias.

Esta gente parece olvidar los procesos por los que pasa una idea para convertirse en convicción personal. Para que una información cualquiera se transforme en una idea, pensamiento o convicción, es necesario mucho reposo y mucha reflexión en la marmita cerebral de nuestras meninges.

De hecho, hay convicciones que no se basan en procesos, sino en apreciaciones superficiales que no tienen fundamento alguno, ni lo tendrán. Lo confirma el hecho de que cada tres por dos, escuchamos decir a los mismos avispados las siguientes memeces: “Estoy convencido de que el país saldrá de la crisis”, “tengo la convicción de que seremos campeones de invierno”, “les aseguro que nunca traicionaré mis convicciones”; “agradezco su propuesta, pero va en contra de mis convicciones”; “sin convicciones, es imposible hacer algo digno de aplauso”, “tengo la profunda convicción de que Madrid será capital olímpica”, “mi convicción personal me dice que Rato es inocente de los cargos que se le imputan”.

Quien tiene convicciones personales, rara vez hace ostentación de ellas. Sabe bien que hacerlo es la mejor manera de manifestar que no se tiene ninguna. Las personas que no alardean de convicciones no carecen de ellas y saben que vivirlas en silencio hace que sean más agradables de soportar por parte de los demás.

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