Pablo Idoate
“Hablaremos de ese vicio saludable que no entiende de sexo ni edad. Ése que traspasa fronteras más allá de cultura y religión. Crea amistades, levanta pasiones y, además, es gratis. Consumiremos deporte. Dosis sin límites.”
¿Amor? de padre
No me considero un experto en la materia pero diría que el mundo del fútbol, desde la base hasta la etapa adulta, tiene dos vertientes diferenciadas: la lúdica y la competitiva. La una nunca está exenta de la otra, es evidente, pero hay dos maneras de entender este deporte: dando principal importancia a una de las dos.
En las escuelas de fútbol base de cualquier colegio, por lo general, la mentalidad de padres y entrenadores se centra en la parte lúdica y educativa del fútbol: se juega para divertirse, aprender valores, hacer amigos… e intentar ganar, por supuesto. Hay pocos problemas -que los hay- con los padres de los jugadores.
Pero si el chaval es un buen jugador, tarde o temprano aparecerá el club de referencia para ofrecerle el fichaje: mejor categoría, club con más nombre, mayor proyección, mejores entrenadores… Todo es genial. O quizás no para todos.
Salvo casos contados, hay una proporción matemática que nunca falla en los equipos de fútbol de la mayoría de clubes: a mejor equipo, mayores serán las envidias que lo rodeen. Pero no entre los jugadores. Los niños sólo quieren divertirse, quieren jugar al fútbol y no tienen tiempo ni cabeza para esas tonterías. Otra historia bien distinta es la que sucede entre los padres. Muchos creen tener a Leo Messi en casa. Su hijo es el mejor (amor de padre, allá cada uno con su objetividad) “y no puede ser que Fulanito juegue más que el mío”. Lo miran y lo ven fichando por Osasuna, debutando en el Sadar y fichando por un grande de Europa. Vale, quizás un Messi no, pero ¿por qué no un Raúl García, Azpilicueta, Merino...?
Hace poco me contaron que el padre de un infantil le decía a un entrenador de un club distinto al de su hijo: “Mira, si de cara al año que viene no le ponen en el A, me lo llevo de aquí y te llamo”. ¡Qué más da la opinión del chaval! ¡Qué más da que el chaval sea feliz en ese equipo entrenando y jugando con sus amigos! Aquí decide el padre, y si él le quiere en el mejor equipo posible, pues se lo lleva. Como si los clubes de fútbol fueran como elegir una universidad estadounidense.
Una cosa es aceptar la posibilidad de que tu hijo conozca la élite del fútbol base, juegue contra buenos equipos, dispute campeonatos y viva unas experiencias que la mayoría de jugadores no van a experimentar. La otra es convertir el hobby de tu hijo en una cuestión vital tuya. Y encenderte en discusiones con otros padres. O peor aún: cuestionar al entrenador a la mínima que los resultados no sean positivos o no jueguen como el “dream team”. Un egoísmo que muchas veces genera malos ambientes y dificulta el trabajo de los entrenadores. Una actitud destructiva que es, sin duda, una de las mayores lacras del fútbol base estatal.
Lanzo un mensaje para padres y futuros padres: dejen que sus hijos sean felices haciendo deporte. Que disfruten con sus amigos, liberen energía, aprendan valores... Y no olviden que el entrenador que está con sus hijos lo hace por amor al arte. No es necesario, y no ayuda, estar presente viendo todo el entrenamiento. El entrenador puede que no se sienta cómodo y que además piense que está siendo juzgado. Tampoco es necesario, ni ayuda, dar órdenes a sus hijos mientras juegan, ni mucho menos recriminar nada después del partido. No perdamos el norte y dejemos a los niños disfrutar de su derecho a jugar.