Eduardo Arocena
Estudiante y trabajador precarios. Indignado de sofá que decidió comprometerse y aportar su grano de arena. Espectador cada vez menos impasible de la vida.
Colaboración público-privada
Bonito eufemismo al que nos tienen acostumbrados aquellos que externalizan servicios para que algunos se forren mientras se podrían prestar mucho más baratos y mejor desde lo público. Es el caso por ejemplo de la vacuna de AstraZeneca para el covid19, donde el 97% de la inversión fue pública. Internet, el GPS o la pantalla táctil proceden de investigaciones del sector público. Las tecnologías espaciales, la biotecnología, la aviación o la investigación farmacéutica han sido impulsadas principalmente por los gobiernos. De la tecnología que incorpora un Iphone, por ejemplo, la gran mayoría procede de investigaciones realizadas con fondos públicos. Las empresas destinan infinitamente más recursos a la publicidad y marketing de sus productos que a la innovación, ya que sale más barato comprar patentes que investigar.
Todos estos avances tecnológicos se fabrican en países del tercer mundo con escasos o nulos derechos laborales y a muy bajo coste, para luego venderlos a precio de sangre de unicornio en los países ricos, con un margen de beneficio usurero. Los productos de alta tecnología precisan además de materias primas escasas cuya obtención tiene como consecuencia un alto consumo de agua y energía y la destrucción de hábitats naturales, amén de la connivencia de los gobiernos sobornados de esos países de origen. Así ocurre que las megacorporaciones tienen hoy en día más poder que muchas naciones, fruto de esta corrupción sistémica. Elon Musk, el propietario de Tesla, entre otras empresas, no dudó en sugerir un golpe de estado en Bolivia si no se le favorecía en la explotación de las reservas de litio del país, elemento que necesita para fabricar las baterías de sus coches eléctricos.
El valor de mercado de Apple era de 1,78 billones de dólares en 2020, más que el PIB de Canadá. El valor de Amazon era similar al de Corea del Sur. Todo esto como resultado de la desregulación neoliberal que ha provocado la tendencia de las megaempresas a agigantarse todavía más a costa del pequeño comercio que se ha visto imposibilitado para competir en igualdad de condiciones, en muchas ocasiones siendo absorbidos por esas corporaciones. La libre competencia, el libre mercado, es una ilusión de imposible cumplimiento.
Los dueños del mundo no quieren trabajadores, quieren esclavos. No quieren progreso, quieren mantener su status, como dije en otro artículo, porque ellos son mejores y se lo merecen. El resto somos intrusos de mala estirpe que no tenemos derecho a prosperar. Y todo nace de la explotación del hombre por el hombre. De la avaricia.
Y he soltado todo este rollo a propósito de la liberación de las patentes de las vacunas contra el covid19. Las farmacéuticas se hacen de oro mientras la población sufre restricciones y estrés prolongado durante ya casi 2 años. La desigualdad entre ricos y pobres sigue creciendo. Resolverlo es sólo cuestión de voluntad política. Pero resulta que los países del primer mundo todavía actúan de acuerdo al dogma de las leyes del mercado, en vez de satisfacer la voluntad y necesidades populares. Pero para eso hay que votar a la gente apropiada, la que es como tú y quiere lo mismo que tú para ellos y los suyos, la que defiende lo público desde lo público, y no solo con palabras sino con hechos.