Victor Moreno
Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.
¿Cómo resignificar una ikurriña?
Como quiera que en estos últimos tiempos han surgido resignificadores como setas en otoño, cabría suponer que gozamos de una nueva rama de especialistas en Navarra capaces de resignificar lo que se les ponga a tiro de su capacidad resignificadora o resignificacionista, gente entregada al resignificacionismo, último ismo, al parecer, en materia historiográfica.
Ignoramos si los aspirantes al carné de resignificadores pretenden imitar al genial Marcel Duchamp, quien, por resignificar, resignificó hasta al lucero del alba, empezando por aquel urinario que convirtió en fuente y que escandalizó a medio mundo. Duchamp dijo entonces que al resignificar el urinario “había creado un nuevo pensamiento para este objeto”.
Recordando al genial artista francés me preguntaba si es esto lo que pretenden los resignificadores de Los Caídos. Pegarle al monumento unos quistes estéticos y se acabó con su significado fascista. O convertirlo en un bazar de actividades de todo tipo y se terminó con su exaltación a los golpistas.
La técnica de los ready-made de Duchamp consistía en encasquetar una variable en el objeto original, convirtiéndolo en una nueva obra de arte y, por tanto, en una nueva idea. Por ejemplo, usted mira ahora a Los Caídos, y ¿qué ve? ¿Un edificio que ensalza a una tripulación golpista pilotando un Golpe de Estado contra una legalidad democrática y constitucional establecida? Pues si es así, está por ver cómo se las arreglarán estos resignificadores para introducir en él unas variables o añadidos que nos ziriqueen el cerebro en función de la bondad universal.
El problema está en dar con esos suplementos originales que, aplicados a la obra original, la dejen en pelota picada, es decir, sin ese pensamiento que te lleve a aborrecer el golpismo, la crueldad y la barbarie y, por el contrario, conducirte al reino de los cientos de la convivencia y de la paz sociales.
Planteémoslo desde otra perspectiva más cercana y más comprensible.
Cuando las víctimas de ETA contemplan una ikurriña, ¿qué es lo que realmente piensan y sienten? Si esta misma víctima o familiares se toparan con un Bietan jarrai, el hacha y la serpiente, ¿qué harían? ¿Resignificar dichos símbolos? ¿Introducir en ellos una variable que genere al contemplarlos un pensamiento piadoso y conciliador y no una mala baba comprensible?
Seguro que habrá excepciones, pero no me cabe la menor duda de que la general actitud de estas víctimas será la de tomar una lata de gasolina y darle fuego al objeto. Y, como complemento, exigirá que los etarras sigan en las cárceles hasta que se pudran, aunque no tengan en su haber delito alguno de sangre. En cambio, a los familiares de las víctimas del genocidio navarro se les pide que se aguanten, que si ven un edificio que enaltece a quienes hicieron posible, no sólo un golpe de Estado, sino que asesinaron a sus más próximos familiares, pues que se “amolen” y lo resignifiquen para que no les duela la cosa.
Para terminar, una propuesta contrafactual. Perdón: una actividad centrada en el qué pasaría si… Por ejemplo ¿imaginan qué habrían hecho quienes, vencedores en la guerra, se hubieran encontrado con un edifico erigido en honor de los republicanos de izquierda asesinados en 1936? ¿Resignificarlo? Me está tomando el pelo, ¿no? Pues eso. A ver cuándo nos dejamos de utilizar la ley del embudo o las dos varas de medir si el objeto a resignificar me resignifica a mí o al hideputa de al lado.