Victor Moreno
Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.
Delenda est
A la vista de cómo algunas reflexiones afrontan la existencia de ciertos pecios arquitectónicos del naufragio del franquismo, parece que lo más saludable sería poner a salvo de la destrucción todos y cada uno de esos vestigios fascistas.
El argumento es el siguiente. Al contemplarlos el ser humano, sea en formato de nombres de calles, figuras ecuestres, bustos o edificios civiles y eclesiásticos, basílicas y mausoleos, los odiará más. No solo sentirá repugnancia natural hacia ellos, sino que, por transferencia ética, repudiará hasta la metodología sanguinaria del genocidio que le dio origen.
Existen posiciones de izquierdas que sostienen la defensa de estos signos, porque sin su presencia no podrán los papás explicar a sus hijos cuando vayan de excursión al Monasterio del Valle de los Caídos, pongo por caso, quién fue José Antonio y Franco, y a continuación, Millán Astray, Mola, Sanjurjo, Queipo de Llano y Serrano Suñer. Un argumento manirroto y deleznable, toda vez que existen manuales de historia circulando por el sistema educativo que pueden y deben describir quiénes fueron estas alimañas, además de otras consideraciones históricas y éticas.
Curiosamente, la derecha de este país no cesa de utilizar de forma cínica la palabra olvido. Lo reivindica como seña de su identidad memorialística. Como heredera ideológica de quienes construyeron un modelo de sociedad basado en el aniquilamiento del opositor, la derecha sabe que la memoria la coloca en la soga de la acusación evidente. Sabe que esa presencia de vestigios delata su genealogía ideológica, especialmente, cuando no tiene ninguna intención de condenar lo que hicieron estos vetustos antepasados. Por eso pide que se olvide el pasado, pero dejándolo intacto. Lo que es una manera de olvidar muy cabrona, porque, al final, no olvida. Menos todavía, si se tiene delante el signo que exalta o glorifica aquello que te identifica.
En este contexto, resulta vergonzoso que el Estado subvencione con 150000 euros del erario a la Fundación Franco para digitalizar sus fondos, porque, dicen, “de este modo se hace un servicio a la sociedad”. No se entiende bien que lo sea a la sociedad en general, sino solo a la derecha en particular. No es muy lógico defender el olvido como escudo contra el pasado ominoso, y, a continuación, perder el culo por recuperar unos fondos que narran la épica de Franco, exaltando y glorificación su figura como estratega militar, su anticonstitucionalismo y, lo más grave, justificando el golpismo y la defensa de una dictadura bárbara y cruel. Y, cágate lorito, todo ello como servicio a la sociedad. ¡Qué cinismo!
La derecha actual tiene que sentirse muy feliz cuando observa que cierta izquierda bicarbonato pide que no se destruyan estas huellas que delatan crímenes sin cuento y que revelan la catadura inmoral de quienes las perpetraron. Porque las derechas siguen pensando que ni cometieron tales crímenes, ni que quienes los protagonizaron fuesen tan malos. Solo fueron personajes producto de unas circunstancias especiales, y, en su mayoría, actuaron movidos por su amor a España, a la que salvaron del brazo perverso del comunismo y del ateísmo.
La postura que cierta izquierda mantiene referente a los restos de Franco y de José Antonio, en el sentido de que sigan donde están o de mantener el Monumento a los Caídos, aquí en Pamplona, con el fin de instrumentarlos como plataformas cívicas tanto de regeneración ética como de documentación histórica, estaría muy bien si no existiera el canibalismo ideológico de la derecha.
Pero la única manera de olvidar esta podredumbre y con ella a quienes la hicieron posible, es destruir sus signos de glorificación. Solo refuerzan el fascismo que anida en el corazón de muchas personas, incluidos ministros del gobierno actual.
La tan forzada como imposible resignificación de tales vestigios solo servirá para que la izquierda, siempre tan moral, la ordeñe en beneficio de su pensamiento, dividido, para variar, en mil tesis. Pero, desengáñense, la derecha jamás cederá un ápice en su manera y fondo de administrar la presencia de sus feudos pasados en el espacio público.