Eduardo Arocena
Estudiante y trabajador precarios. Indignado de sofá que decidió comprometerse y aportar su grano de arena. Espectador cada vez menos impasible de la vida.
El propósito de la educación
El sistema educativo actual se creó para satisfacer las necesidades mecanicistas de la industrialización y ha permanecido inmutable salvo ligeras modificaciones. Después de la II Guerra Mundial el trabajo (término que deriva del latín tripalium, instrumento de tortura) garantizaba unas mínimas condiciones de dignidad al permitir el acceso a la educación, sanidad, vivienda y alimentación. Esto ha dejado de ser cierto por diferentes causas, entre ellas por citar algunas: el desempleo tecnológico, es decir, por el trabajo realizado por máquinas que antes era desarrollado por personas; o por el autoservicio de las gasolineras o los supermercados por poner dos ejemplos más. Antes donde hacía falta una licenciatura, ahora hace falta un máster o un doctorado. Además la especialización en el trabajo produce personas muy buenas en algo, pero sólo en ese algo, ignorantes del resto de cosas que podrían entusiasmarles y que no se les ha permitido conocer.
¿Educar para trabajar? ¿O educar para ser? En esta época tan utilitarista en la que algunos valoran la educación según cómo facilite la ardua misión de encontrar un trabajo, no puedo más que aborrecer ese punto de vista. La educación debe abarcar el espectro completo de capacidades humanas, no sólo las matemáticas y la lengua. Su propósito no es aprobar asignaturas sino aprender, no es memorizar sino razonar, no es obedecer a la autoridad sino fomentar una mente crítica, no es crear buenos trabajadores sino buenas personas. Como bien dice Ken Robinson, la educación debe crear las condiciones propicias para que los talentos de cada uno florezcan. Éstos son variados y diversos. Howard Gardner lo explica muy bien en su teoría de las inteligencias múltiples, entre ellas, la inteligencia emocional (recomiendo el libro así titulado de Daniel Goleman), tan necesaria en cada aspecto de nuestra vida.
Así pues se debería dar importancia también a las artes (música, pintura, danza…), al ejercicio físico y a la filosofía aproximándose de forma holística a una educación exhaustiva, tanto intensiva como extensiva. Citando a Ken Robinson: “No te sorprendas si un niño sentado en un pupitre durante 6 horas realizando labores administrativas se inquiete”. La educación debe despertar su interés, potenciar su imaginación, colmar sus necesidades, alentar sus inquietudes, estimular su creatividad. La de todos y cada uno, no sólo la de los que cumplen las especificaciones actuales, la de los que se ajustan al patrón deseado. Si buscas matemáticos, sólo encontrarás matemáticos y los poetas, los bailarines, los pintores, los enfermeros, los bomberos… es decir, el resto, pasarán desapercibidos, además con la sensación de haber fracasado, absolutamente frustrados.
Y esto lo dice alguien con formación técnica y nulas habilidades artísticas que está intentado excavar bajo toneladas de No-s y ¿Eso para qué sirve?-s cual minero buscando oro.