Eduardo Arocena
Estudiante y trabajador precarios. Indignado de sofá que decidió comprometerse y aportar su grano de arena. Espectador cada vez menos impasible de la vida.
Eutanasia
Cuando estudiaba BUP en el instituto realicé junto con dos compañeros un trabajo acerca de la eutanasia (muerte dulce en griego antiguo) en la asignatura de Ética (en el colegio siempre cursé la de religión hasta que alcancé la edad de la razón). Parece mentira que más de 20 años después sigamos en la misma situación. En esa época la asociación sin ánimo de lucro Derecho a Morir Dignamente defendía “una medicina centrada en la voluntad del paciente. Lo importante es que cada uno pueda, desde su plena capacidad jurídica y mental, o en su defecto a través de un previo testamento vital, decidir cuándo quiere o no quiere seguir viviendo. Matar es que te quiten la vida cuando tú quieres seguir viviendo y la eutanasia es que te ayuden a dejar de existir cuando no hay expectativas ni calidad de vida”. El por aquel entonces presidente de la asociación Salvador Paniker puntualizaba que “veo la llamada eutanasia pasiva como praxis médica correcta, es decir, no prolongar la agonía cuando no hay ninguna esperanza, algo que está en el código deontológico médico”. La muerte de Ramón Sampedro había acontecido por esas fechas.
¿Qué es la libertad? ¿Acaso la libertad individual la miden las conciencias colectivas, cuando ésta solo repercute en el propio individuo?
Por otro lado, los amantes del encarnizamiento terapéutico argumentaban que “al hombre no le está permitido disponer de su vida”, “nuestra cultura tendrá que cambiar si no reconoce el valor de una vida postrada, de una vida sufriente…”. Esto apesta a moralina religiosa y el sufrimiento redentor siguiendo el ejemplo de Cristo. Incluso se permitían el lujo de mencionar los avances en cuidados paliativos y el progreso de la medicina. Los mismos que afirmaban que tu vida no es tuya. También, vaya casualidad, suelen ser los mismos que están en contra del aborto, pero son partidarios de abandonar a los neonatos a su suerte eliminando cualquier ayuda social cuando nacen en situación de absoluta necesidad material, o echar a sus padres de sus casas si no pagan la hipoteca, o de bajar el salario mínimo o eliminar las ayudas de la ley de dependencia. Son provida hasta que naces, después ya se la suda tu futuro hasta que no tienes expectativas de una vida digna. Es entonces cuando se transforman en férreos defensores de la vida otra vez. Pandilla de sádicos. Nunca se ofrecen a adoptar a niños famélicos africanos ni a gestar subrogadamente el bebé de una pobre inmigrante infértil. Y ahora vuelven con lo del “concebido no nacido”. Para ellos una mujer con la regla es una asesina en serie y un pajillero, un genocida.
Yo lo tengo claro. Vivir no es simplemente respirar. ¿Por qué es necesario sufrir cuando estás desahuciado clínicamente, dependes de otras personas o de máquinas para realizar lo que los médicos llaman actividades básicas de la vida diaria o sufres una enfermedad degenerativa incurable o en estado terminal, caso de ELA o Alzheimer? ¿Quién te puede obligar a seguir vivo? Eso es morir en vida. No tengo ninguna duda de que redactaré mi testamento vital donde expondré mi voluntad de poner fin a mi existencia en cualquiera de esos supuestos. No quiero ser una carga para nadie tampoco. Debe ser muy duro para un ser querido ver como se va apagando la vida de alguien.
Tenemos derecho a una vida que merezca ser vivida y a una muerte digna, sin sufrimientos innecesarios. Mi vida es mía y de nadie más. ¿Quién eres tú para decirme cómo tengo que vivir o morir? Tú haz lo que te venga en gana con tu vida, a mí déjame en paz. Si quiero poner fin a mi vida y una incapacidad física me impide hacerlo por mí mismo, cualquiera que en un acto final de verdadero amor y respeto hacia mí esté dispuesto a ayudarme no debería ser perseguido por ello.