Eduardo Arocena
Estudiante y trabajador precarios. Indignado de sofá que decidió comprometerse y aportar su grano de arena. Espectador cada vez menos impasible de la vida.
La orquesta del Titanic
Es famosa la leyenda de la orquesta del Titanic que siguió tocando mientras el barco se iba a pique. Me sirve como metáfora de lo que está por venir a corto, o siendo demasiado optimistas, medio plazo. Los días de parada de la producción en la factoría de VW en Landaben por la falta de microchips no son sino el primer aviso. Se podría argumentar que se debe al impacto que produce la pandemia en los países productores y las redes de transporte, pero eso sería subestimar otros numerosos factores. Como resultado de la globalización neoliberal y la deslocalización de la producción con el objetivo de ahorrar coste de mano de obra, para mantener el statu quo los países ricos tuvieron que importar muchísimo más, lo que ha producido resultados en cadena que ha disparado el coste del transporte marítimo de mercancías y el resto del flujo de suministros atascados en los puertos, y por consiguiente el precio de los productos finales. Esto unido a la entrega Just In Time de materiales también para ahorrar costes y subir beneficios, y la subida del precio de los carburantes hace que los obreros estén parados. Es necesario relocalizar la producción y proceder a fortalecer la industria desmantelada desde los 80, recuperando así algo de soberanía industrial. Una industria que deberá basarse en una energía limpia, que emplee materiales reutilizables, reciclables, duraderos y generadora de pocos deshechos.
Y es que hay gente que no entiende que el crecimiento perpetuo no existe si está basado en el consumo de bienes. Vivimos en un planeta finito, donde el gas, el petróleo, el litio, el aluminio y otras materias primas se están agotando. Para que unos pocos vivan muy bien, muchísimos otros tienen que vivir muy mal. No es tan difícil de entender. El 1% más rico del planeta lanza más CO2 a la atmósfera que el 50% más pobre. Debemos aceptar que algunos países tienen que decrecer para que otros puedan crecer. No es lo mismo crecer para sobrevivir que para expandir la economía. Pero el expolio a los recursos del tercer mundo tiene los días contados si queremos transitar de forma ética el sendero hacia un planeta sostenible.
Asimismo, la redistribución de la riqueza, acaparada de forma obscena en pocas manos como producto de la fase neoliberal del capitalismo, es otro de los temas ineludibles. Si bien el impuesto mínimo global de sociedades del 15% es un avance, es manifiestamente insuficiente. En los EEUU de Harry Truman y Dwight Eisenhower los impuestos de sociedades eran más del doble de lo que son ahora y el tipo impositivo máximo de las personas era del 91%. ¿Se hundió la economía americana? Ni por asomo. Los años de posguerra fueron una época de prosperidad sin precedentes; los ingresos familiares, ajustados a la inflación, se duplicaron en el transcurso de una generación. La justicia social es una cuestión también de eficiencia económica.
El índice de precios de la FAO se disparó en septiembre hasta su nivel más alto en una década: el trigo un 41%, el maíz el 38% (del trigo y del maíz depende la alimentación de gran parte de la población mundial y el ganado) y la carne un 26%. Otra de las derivadas de este alza de precios unido a los bajos salarios es que los sectores menos pudientes de la población se alimentan peor recurriendo a comida basura que es más asequible pero insana. El consumo de productos de proximidad y temporada (y menos carne) nos permitiría así recuperar también algo de soberanía alimentaria.
En nuestra mano está que no se cumplan los peores augurios respecto al cambio climático que provoca crecientes catástrofes concatenadas y simultáneas. Preocúpate, infórmate, lee, involúcrate y vota en consecuencia. Estamos a tiempo de evitar que el barco se hunda.