Victor Moreno
Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.
Las aspirinas del Espíritu Santo
Se esperaba que, con la llegada del nuevo Papa, la figura del Espíritu Santo, responsable de que Bergoglio se convirtiera a fin de cuentas en Pontífice, tomase un nuevo impulso doctrinal y mediante pertinente encíclica aclarase su verdadera naturaleza, pues nunca supimos con certeza si era una paloma torcaz, una persona como el Padre y el Hijo, es decir, su hermano o primo o tío, que no se sabe bien cuál es su parentesco teológico; en fin, si una fuerza motriz, un pneuma o espíritu que decían los griegos, o una tomadura de pelo sobrenatural que podría decir el peluquero de mi barrio.
En esas estábamos, cuando, héte aquí, que el papa se ha desmelenado -permítasenos la licencia poética-, asombrando al mundo con una homilía terciando sobre el más que inefable, espirituoso, santo Pichón.
Sorprendentemente, ha dicho que el Espíritu Santo “no es algo abstracto", sino "la persona más concreta y más cercana que cambia la vida". Y que “para alcanzar la paz interior y poner orden en el frenesí se necesita al Espíritu Santo y no pastillas o soluciones rápidas para acabar con los problemas”.
Según este papa, el Espíritu Santo es la panacea que andábamos buscando para solucionar los problemas que afligen al ser humano en cualquiera de los ámbitos de la vida: el psicológico, el social, el político, el económico… Todos, menos los problemas que acucian a la Iglesia y que están en el candelero público derivados en su mayoría del dinero y del sexo. El Espíritu Santo revolotea sobre ellos, pero no parece que haya conseguido grandes cambios desde que la religión la convirtieran en materia de mercadotecnia.
No sé qué pensarán las grandes industrias farmacológicas, ni los libreros de este mundo. Hasta ahora, el paracetamol y la lectura constituían los grandes consoladores de las desgracias físicas y espirituales del ser humano y, por tanto, su consumo estaba más o menos garantizado.
A partir de ahora, descubiertas las propiedades psicotrópicas que conlleva tener al Espíritu Santo cerca e invocarlo gratis, los días de las pastilla y placebos diferentes, caso de la lectura, están más que contados.
El papa lo ha dicho en eslogan: “Menos pastillas, más Espíritu Santo”.
En cuanto a los grandes capitalistas de este mundo, seguro que jamás se les hubiese ocurrido pensar que las grandes calamidades de este mundo se debían, no a sus políticas económicas de expolio y de terror que llevan a más de la tercera parte de la población mundial a la miseria y a la muerte, sino que son producto de la ausencia del Espíritu Santo en la vida de las personas.
No sabe el papa lo aliviados que se habrán quedado tras leer su profunda y brillante homilía y seguro que han decidido hacer una edición no venal de dicha homilía para repartirla urbi et orbi por todas las poblaciones del mundo, donde la renta per cápita de sus ciudadanos es menos que cero. Porque eso les pasa por no haber tenido una relación cercana y cordial con dicho Espíritu. El Papa Francisco dixit.