Eduardo Arocena
Estudiante y trabajador precarios. Indignado de sofá que decidió comprometerse y aportar su grano de arena. Espectador cada vez menos impasible de la vida.
Lucha de clases
Que Donald Trump se presente como hipérbole de la lucha antiestablishment resulta cuando menos hilarante, si no ofensivo. Un tipo que se ha aprovechado toda su vida del sistema que dice que quiere cambiar, y cuando llega a la Casa Blanca se rodea de millonarios ultraconservadores como él, hace del nepotismo su norma de contratación y gobierna a base de órdenes ejecutivas chovinistas. Este personaje no quiere cambiar el sistema, quiere llevarlo hasta el extremo. Al igual que Rajoy cuando dijo que las medidas de recorte presupuestario no eran eficaces porque habían sido escasas. Claro que sí, guapi.
Un obrero votando a la derecha es el mejor producto del capitalismo, su obra culmen - sólo les falta decir: “Sí, me roban pero son de los míos. De los míos”. Inconcebible a todas luces para alguien con un mínimo de conciencia de clase. Y es que España es el único país de Europa donde el fascismo no fue derrotado. El fracaso de la socialdemocracia neoliberal produce monstruos. Cuando se dice que se es de izquierda mientras sistemáticamente se llega a acuerdos con la derecha, algo no cuadra. Pero siempre habrá alguien que dirá: “bueno, mejor ese acuerdo que nada”. Los derechos laborales, políticos y civiles no se consiguieron mediante míseros acuerdos firmados en reservados de restaurantes. El derecho de huelga se consiguió haciendo huelga, el derecho de reunión, reuniéndose, el derecho de manifestación, manifestándose. Históricamente los poderes hegemónicos no regalan nada por misericordia, hay que arrancarles cada pequeño avance.
El populismo de derecha recurre siempre a enfrentar a los últimos con los penúltimos, hacer apología del odio al diferente, recuperar la “identidad gloriosa” perdida, desviar la atención de los verdaderos culpables de la situación general, cambiar todo para que todo siga igual. Este populismo surge en lugares donde se han debilitado tanto la organización sindical como el tejido social de apoyo mutuo entendido como familia, vecinos, amistades, compañeros de trabajo, de hobbies, etc; es decir, donde impera el individualismo. El populismo de Trump en EEUU y Le Pen en Francia tiene su origen en causas comunes: el menoscabo de los servicios públicos y la merma de poder adquisitivo de la clase obrera, como resultado del aumento de las rentas del capital en detrimento de las del trabajo, gracias al casino especulativo en que han convertido la economía financiera, marginando a la economía productiva. Por primera vez en la historia de España, las rentas del capital tienen más peso en el PIB que las del trabajo.
El antídoto frente a este veneno fascista se basa en la creación de trincheras de empoderamiento popular y resistencia social, la creación, cultivo y proliferación de lazos interpersonales con nuestros semejantes, el estímulo de la empatía y la identificación y estudio de las verdaderas causas, consecuencias y posibles alternativas a ese modelo perverso que alimenta el odio y que no soluciona nada, más bien lo empeora hasta el punto de no retorno. Debemos evitarlo por nuestro bien y el de nuestros descendientes, que heredarán lo que les dejemos.
Luchar, crear, poder popular.