Iñaki Jauregui

Hablemos de economía, pero no como hacen los libros ni los informativos, sino a partir de observar a nuestro alrededor. Hablemos de la gente.

2017-06-16

Midiendo la felicidad

¿Gozan los habitantes de Qatar de un bienestar cuatro veces superior al de los neozelandeses? No he estado en ninguno de los dos países, pero me atrevería a decir que no, a pesar de que el Producto Interior Bruto por habitante (en adelante PIBph) del primero cuadriplica al del segundo. Es habitual expresar el nivel de desarrollo de los países a través de este indicador que, básicamente, es el resultado de dividir el valor total de la producción en el interior del país entre el número de habitantes. De una manera extremadamente simplificada, la cifra obtenida suele usarse como sinónimo de la renta de que un ciudadano medio dispone. Digo terriblemente simplificada porque todos somos conscientes de que la distribución de la riqueza no es igualitaria y no a todo el mundo le corresponde la misma cifra, de hecho, hay otros indicadores que se emplean para medir el grado de equidad en la distribución.

Como es tan evidente que el PIBph no es un medidor perfecto del nivel de desarrollo de una sociedad, hace casi 30 años las Naciones Unidas crearon el Índice de Desarrollo Humano (IDH), con el fin de completar las carencias del primero. Así pues, añadieron a las variables cuantitativas de riqueza absoluta, dimensiones vitales como la educación o la sanidad. De este modo, el IDH no sólo mide el valor de lo que produce un país, sino que tiene en cuenta aspectos como la esperanza de vida, la tasa de alfabetización o incluso la desigualdad. Cruzando estos y otros muchos datos, todo se resume en un valor numérico que oscila entre 0 y 1, muy fácil de entender y que, atendiendo al ranking, parece concordar bastante bien con nuestros estándares occidentales.

Dándole una vuelta de tuerca, es curioso ver cómo algunos de los países que gozan de más alto IDH también ocupan posiciones destacadas en macabras clasificaciones de número de suicidios. Esto lleva a pensar que más allá del salario, de la posibilidad de acceder a estudios o  de tener una atención médica de calidad, hay algo que se escapa a la hora de comprender qué hace que los miembros de una sociedad sean felices. Es decir, desarrollo no es igual a bienestar y, mucho menos a felicidad. Para solucionar este desaguisado, en Bután se pusieron manos a la obra y elaboraron el índice de Felicidad Interior Bruta (FIB) que da el salto de lo cuantitativo a lo cualitativo, midiendo aspectos tan abstractos como el equilibrio psicológico, el uso del tiempo, la preservación de la cultura, el cuidado del medioambiente, o la honradez del gobierno. Profundamente inspirado en la mentalidad budista, este indicador trata de entender que la felicidad no reside en lo material y que, aún teniendo todo lo tangible cubierto, una persona puede encontrarse vacía.

Para terminar, quiero proponeros que demos una vuelta al dilema de cómo medir la felicidad de nuestra sociedad hoy en día. ¿Qué variables pueden ser inequívocas de felicidad? (A partir de aquí, todo es totalmente cuestionable). Pues bien, a continuación voy a enumerar una serie de aspectos que hacen felices a las personas y que, por ridículas que puedan parecer, podrían llegar a explicar lo feliz que se siente una sociedad. Ahí van: el número de personas que pasean a sus mascotas en un parque, licencias deportivas por habitante, las horas libres que una persona pasa con sus hijos después del trabajo, número de obras presentadas al concurso para elegir el cartel de San Fermín, cantidad de voluntarios en obras benéficas, calidad del aire que respiramos, número de días de fiesta anuales, facilidades o flexibilidad laboral en cuanto a horario... Y es que, como alguien dijo alguna vez, la felicidad está en las pequeñas cosas.

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