Eduardo Arocena
Estudiante y trabajador precarios. Indignado de sofá que decidió comprometerse y aportar su grano de arena. Espectador cada vez menos impasible de la vida.
Miedo
A perder el trabajo, a perder la casa, a no tener pensión de jubilación, a no poder pagar los medicamentos, la universidad o la residencia de ancianos. El miedo es extremadamente poderoso, paralizante incluso.
Ante el miedo hay a mi juicio cuatro alternativas: lucha, huida, evitación o sumisión. Curiosamente estas son también las cuatro fases por las que pasa un perro dominante cuando se encuentra con otro más dominante aún.
En términos generales, los humanos tenemos la posibilidad de decidir cómo nos queremos enfrentar a él. Podemos plantarle cara, podemos salir corriendo para evitar la lucha una vez nos topamos con él, podemos evitar las situaciones que nos podrían atemorizar, o podemos aceptarlo, convivir con él y adaptarnos porque lo consideramos inevitable.
Pero en las situaciones particulares que tienen que ver con la dignidad, no encuentro más que una opción posible: luchar. El conato de democracia en el que vivimos no fue un regalo magnánimo de las élites. Los derechos sociales, políticos y civiles no cayeron del cielo como si de maná se tratara. La democracia no es introducir un papel en una urna cada 4 años, no es entregar un cheque en blanco. Es “una forma de organización del Estado en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes. En sentido amplio, democracia es una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales”.
¿Vivimos por tanto en democracia? La rendición de cuentas es inherente al proceso democrático, y así lo es también la participación ciudadana. Si la inmensa mayoría de la población vive con miedo no vive en libertad, no vive en democracia. Porque ¿quién votaría a favor de vivir con miedo?
Estamos acostumbrados a que los grupos de poder usen el miedo como instrumento para imponer sus políticas, generalmente encaminadas a defender sus privilegios a costa del bienestar ajeno. Somos víctimas de los verdaderos antisistema, aquellos que quieren cargarse la sanidad, educación y pensiones públicas, los derechos de libertad de información, reunión y manifestación conseguidos tras años de sangre, sudor y lágrimas, en pro de beneficios privados que encima tienen el cinismo de vender como provechosos para todos. Nos mean encima y dicen que llueve.
Porque la transferencia de renta y por lo tanto de poder durante estos últimos años hacia las clases altas no se puede explicar sin la inyección de miedo en cantidades industriales a la clase obrera por todos los medios a su alcance, con el objetivo de arrinconar, empequeñecer y despreciar las posibles alternativas.
Nos quieren imponer su única opción ante el miedo: someternos sumisa y voluntariamente.
Pues yo elijo no vivir con miedo. Yo voy a luchar.
“No lo podemos permitir, tenemos que acompañar todas las luchas, tenemos que sentir compañero, de una vez por todas, que el otro soy yo, el otro soy yo, el otro soy yo, el piquetero soy yo, el revolucionario soy yo, los que toman las fábricas soy yo, los que no comen soy yo, todos somos yo” – Una madre anónima de Plaza de Mayo