Victor Moreno
Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.
¿Nuevo catecismo español?
Aunque el procés catalán sigue vivo y coleando en Flandes, ya podemos extraer de él alguna consecuencia práctica. Reparo en cuatro que elevo a provisionales.
Primera.
La sociedad española se ha enterado de que existe un artículo de la Constitución del que no tenía repajolera idea, el 155. Curioso que el 155 sea el nombre con el que en el Ejército se refieren los soldados a un obús, fabricado por la empresa española Santa Bárbara sistemas (SBS). Sería la imagen más precisa para describir plásticamente lo que ha hecho el Gobierno del PP: entrar en las Ramblas como un obús.
La segunda.
Mientras se llevaba adelante esta aplicación quirúrgica sin anestesia del 155 -artículo dictatorial lo han adjetivado algunos comentaristas-, la prensa, junto con los partidos políticos afines a las tesis del PP en esta materia -PSOE y Ciudadanos -, se han dedicado a dar lecciones de patriotismo español urbi et orbi, como no se recordaba desde tiempos de la guerra de Cuba y de Filipinas, en 1898.
La plasmación social de esta unidad patriótica durante este procés se ha concentrado en sacudir el polvo de la bandera española en mercados, plazas de toros, campos de fútbol y edificios de toda guisa, familiares como institucionales.
Mucha gente sigue pensando que la bandera es, y a falta de otro símbolo, el signo por excelencia de su identidad y de su unidad de destino en lo universal. Tanto es así que el patriotismo ha dejado de ser el último refugio de un canalla, como dijera el doctor Johnson, para convertirse en el único refugio posible de quienes su almendra cerebral no da para más gaitas patrióticas. Porque nadie con dos dedos de sindéresis de patriotismo en su corazón utilizaría la bandera de su Patria para proteger el alféizar de las ventanas de su casa en los días de lluvia. El descolorido de la bandera, sobre todo si se ha comprado en los chinos, puede ser mortal o, peor aún, transformarse en una estelada de Besalú.
La tercera.
Sin lugar a dudas, el procés catalán ha ayudado a que los españoles se conozcan mejor a sí mismos. A la vista de cómo son los catalanes independentistas, saben mejor ahora a qué atenerse. Un español será más y mejor español en la medida en que se diferencie de un catalán de Palafrugell.
La cuarta.
A partir del procés, nadie podrá decir que es español de verdad si su pronunciamiento no viene avalado por un conjunto de cualidades elevadas por la prensa mediática a esencia depurada de dicha identidad.
Tanto es así que resulta extraño que periódicos como El País y Abc no publiquen al alimón y por consenso ideológico un Catecismo del español de 2017, al estilo de los que se editaban en el siglo XIX. Digo estos periódicos, como podría decir los partidos políticos PP, PSOE y Ciudadanos, que con tanta claridad conceptual saben en qué consiste ser español de verdad.
Confeccionar dicho catecismo, ahorraría cantidad de problemas de identidad política y patriótica a los ciudadanos, los cuales, con toda buena voluntad del mundo, desean ejercer como españoles y no saben hacer otra cosa que exhibir una bandera en los balcones de sus casas o insultar por las redes sociales a Puigdemont, llamándole trilero -no tripero-, y cobarde, siguiendo el dictum del PP y de Felipe González, respectivamente.
Bueno, quizás se trate de un despiste mío, y no haya reparado en que insultar, vituperar, calumniar, desacreditar, agraviar, injuriar al presidente de Cataluña, forme parte de la identidad de ser español, alentado por dicho Catecismo aunque no haya sido editado.
Al fin y al cabo, más de uno dirá: ¿qué necesidad hay de dicho catecismo disponiendo de las homilías diarias de El País y de Abc? Pues, eso.