Victor Moreno

Victor Moreno

Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.

2017-01-30

Pedir disculpas

Muchos políticos consideran que sus ideas son maravillosas. Lo piensan hasta que las dicen en público y el resto del mundo se les echa encima. Es, entonces, cuando piden disculpas, en lugar de limitarse a presentar disculpas, que parece significar lo mismo, pero no lo es.

El hecho produce algunos interrogantes. ¿Cómo es posible que haya políticos que descubren que sus ideas son barbaridades cuando las dicen en público? ¿No son capaces de descubrirlo por sí mismos antes de decirlas? ¿No tienen sentido del ridículo?

Parece que no. Pues este comportamiento se ha convertido ya en plaga y estaría bien que los jueces intervinieran para fumigarla. El Código penal castiga palabras, tuits y chistes considerados como delitos, pero cuya intención de delinquir en el acusado no aparece por ningún lado.

En cambio, quien pide disculpas está reconociendo que la ha metido hasta el garganchón. Si no, no se avendría a tal reconocimiento público. Nunca los jueces encontrarán más facilidades para saber que están en el buen camino penal cuando encausan a un bocazas de este calibre. En la expresión pedir disculpas está el reconocimiento de tener ideas nocivas para la salud pública, lo que, ciertamente, es un delito. Y, en un político, un delito grave. Y los jueces deberían vigilar para que la sociedad no se contaminara con estas inmundicias verbales.

Visto el continuo espectáculo protagonizado por políticos con una incontinencia verbal diciendo frases sobre las que vuelven para retractarse de ellas, lo mejor que podría suceder a la clase política es que se abstuviera de tener ideas. Sobre todo, librarse de esas ideas que nada más hacerlas públicas convierten al político en su rehén.

Descubrir que uno tiene ideas horrorosas, que solo producen el rechazo de los demás, tendría que producir efectos tan ejemplares como eficaces. Pero no es así. La mayor parte de estos insultadores públicos siguen en sus cargos sin sufrir ningún varapalo por parte de los jueces. Y, para colmo, hay gente que les hace caso, incluso después de que estos caraduras hayan pedido disculpas.

En estas circunstancias, lo ideal sería que los políticos no pretendieran pasar en política como si fueran un Wittgenstein de la filosofía. ¿Qué hacer? Se me ocurre que podrían imitar a Rajoy. Se verían libres de la manía, no de pensar, que es una maldición según Cioran, pero sí de tener ideas y de hacerlas públicas. Eso, o sustituirlas por tautologías del tipo “España es España”. Una tautología no ayuda a pensar, pero tampoco hace daño y no insulta, excepto a quien las pronuncia.

Es una pena que los jueces no amplíen su campo olfativo del delito a otras esferas de la realidad, aplicándolo a esos políticos que basan su discurso, no en el pensamiento, sino en una palabrería que solo tiene acomodo en la desfachatez y en la impunidad que les da un cargo.

Existiendo en este país tantos jueces con una perspicacia jurídica tan fina, capaces de oler un acto de terrorismo en una trifulca nocturna entre ciudadanos y picoletos disfrazados de personas normales, estaría bien que algunos de ellos se dedicaran a llamar al orden a esta clase de políticos que, por serlo, se creen tener derecho a decir lo que les pasa por el aparato digestivo sin haberlo filtrado previamente por el cerebro.

Y así huele lo que dicen.

Diseño y desarrollo Tantatic