Victor Moreno

Victor Moreno

Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.

2016-09-08

Rabiosa independencia

No sé si es mucho suponer, pero imagino que, si una persona es condenada a varios años de cárcel por cometer un delito tipificado por las leyes del reino, una vez cumplida la pena tendría que salir de aquella con la reputación de haber alcanzado la categoría, por lo menos, de ciudadano arrepentido. Tanto que al verlo los demás diríamos. “Mira, parece el resultado de cruzar un padre capuchino con una madre clarisa. ¡Con lo cabrón que era antes!”.

Sin embargo, los primeros que parecen desconfiar de que tal cambio sea posible son quienes han creado dicho sistema de metamorfosis. Nadie como ellos sabe que la cárcel no transforma los malos sentimientos y las malas ideas en virtudes y en pensamientos inspirados por san Francisco de Asís, respectivamente. Más bien sucede lo contrario. Sobre todo en el terreno del pensamiento. La cárcel es el peor sistema coercitivo inventado para corregir los vicios que uno tiene como virtudes.

No se entiende muy bien -aunque lo comprendamos-, que una persona, que ha sufrido años de cárcel dictados por quienes saben cuántos años son necesarios para modificar el ADN de un criminal o paracriminal, no esté preparada para insertarse en la sociedad y pueda ser catalogado como demócrata deseoso de participar en la vida pública.

Y convengamos en que ningún milagro tan agradable para el Estado como la imagen de un delincuente convertido en diputado aunque para algunos ambas facetas sean reflejo de la misma esencia. En cualquier caso, un cambio de esta naturaleza debería gratificarse con una participación en Bonos del Estado.

En Grecia a quienes no intervenían en la vida pública se los llamaba idiotas, es decir, ensimismados, egoístas y paralelepípedos. Aquí y ahora, a quien aspiraba a lehendakari lo tratan como a un idiota griego aunque sea vasco. Tiene prohibido por sentencia firme aspirar a lehendakari. ¿Sentencia? Digamos, más bien, sarcasmo judicial. Se supone que, tras haber cumplido la pertinente condena, el aspirante estaba ya limpio de culpa. Si no, tendría que haber seguido en el trullo hasta purificarse definitivamente. ¿Qué ha hecho el sistema penitenciario que no ha sido capaz de extirparle el chip de su maldad congénita? ¿Para esto pagamos los impuestos, para tener un sistema carcelario incapaz de transformar a gente depravada en gente tan bondadosa como un buey capao?

Seguro que lo saben, pero este tipo de sentencias son similares a las que dictaba el franquismo. Se aplicaron a cientos de inspectores y miles de maestros, sancionados y expulsados del trabajo por republicanos. Cuando fueron rehabilitados, la coletilla que se añadiría a su sentencia era que “no podrían ocupar cargos de dirección o de responsabilidad en su vida laboral posterior”. No parece, pues, que la judicatura democrática actual haya abandonado estas sevicias de un régimen intrínsecamente perverso.

Sé que al estamento judicial le disgusta escucharlo, así que repitámoslo una vez más: algunas de sus decisiones saben a requesón franquista. ¿Razón? El mandamás del Consejo General del Poder Judicial, en el acto de apertura del Año judicial en el Tribunal Supremo, lo ha explicado a su manera: porque los jueces actúan “con rabiosa independencia”. Jamás lo habríamos imaginado, pero así será si lo dice su Señoría Excelente. La rabia lo explicaría todo. Estar rabioso no es bueno para tomar decisiones. Menos judiciales. Luego, pasa lo que pasa, que se toman rabiosas sentencias independientes y lo que la ciudadanía quiere son solo sentencias justas.

 

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