Inma Sayas

2018-10-29

Una tarde de agosto

Una tarde de agosto estábamos por el centro mi hermana, mi sobrina con sus hijos, mi sobrino y yo. Hacía buen tiempo y después de tomar algo y sin nada mejor que hacer, mi sobrino nos propone visitar el Ayuntamiento ya que él trabaja allí y cree que no habrá ningún problema. Como andábamos un poco erráticos y a falta de un plan mejor, allí que fuimos. El vigilante nos dejó pasar y bien guiados vimos todo el edificio. No molestamos a nadie porque nadie había a quien molestar.

 Al salir vimos que el vigilante estaba en la entrada hablando sin entenderse con una pareja joven con un chiquillo de unos cinco años que sangraba de la nariz. El empleado del Ayuntamiento le había sacado unos cuantos pañuelos de papel. Parecía agobiado porque al no entender el idioma en el que le hablaban no sabía qué querían y pidió a mi sobrino que les preguntara qué les ocurría porque tenían pinta de estar desorientados.

 Con mis sobrinos se entendieron en inglés y nos dijeron que eran refugiados, que venían de Georgia y pedían ayuda. Nos enseñaron unos papeles que les habían dado en la Cruz Roja. Yo llamé a ACNUR pues soy socia y a las 7:30 un día de verano no me contestó nadie. Mi sobrino se puso en contacto con un amigo que lleva lo del albergue de transeúntes, pero allí no permiten la entrada de niños. A todo esto el chiquillo que ya no sangraba de la nariz estaba correteando con los niños que venían con nosotros. Se le veía tranquilo y contento. Claro, estaba con sus padres.

 Enseguida llegaron un par de policías municipales, por lo visto eran de los que se encargan de estos casos. Nosotros nos fuimos porque nada podíamos hacer. 

 Ninguna persona de las muchas que había por allí podría pensar que aquella pareja con su hijo eran refugiados. No llamaban la atención, no llegaban en masa. Yo me quedé mal y con mucha rabia de no poderles dar un abrazo ni dinero, no llevaba nada, de no saber inglés para poder hablar con ellos y preguntarles qué les había traído hasta aquí, qué habían dejado allí, que esperaban encontrar aquí... en definitiva, me quedé mal por no poder ser más útil.

 A veces me acuerdo de ellos y me pregunto qué habrá sido de ellos si habrán conseguido trabajo, si el chiquillo va a algún colegio, si han conectado con gente de su país,  en definitiva si están bien. Ojalá que los servicios sociales o quien se ocupe de estos casos les hayan podido ayudar. Esto, que puede parecer poco importante, ocurrió una tarde de agosto en Iruña. A mí sí me parece importante porque aquel matrimonio con un chiquillo podían ser mis hijos.  

  

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