Victor Moreno
Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.
Vergüenza debería darles
A la mayoría de los periódicos estatales se les debería caer la cara de vergüenza por el comportamiento adoptado antes, durante y después del procés catalán. Si esta prensa dedicara la misma fogosidad, que ha mostrado para incriminar a los catalanes malos, a solucionar los gravísimos problemas por los que atraviesan los sectores más desfavorecidos de la sociedad, seguro que en dos meses esta España, unidísima y nacionalcatólica que tanto añoran estos periódicos, llegaría a los más altos niveles de investigación, desarrollo y consumo de ajoarriero con langostinos en el próximo trimestre.
El sometimiento actual de la prensa a las tesis del gobierno más corrupto que ha habido en España desde la época del Estraperlo se puede caracterizar de servil. Impropio de una profesión que debería caracterizarse, no por su ingenuidad política, ya son demasiado mayores, pero sí por mostrar una actitud plural y crítica ante las posturas enfrentadas. Tanta uniformidad ofende a la más sencilla de las inteligencias. Al parecer, España es mucho tomate y sus colorantes demasiado potentes para no provocar en quienes lo consumen una especie de catatonia ideológica, resuelta en locura de patrioterismo superficial y manirroto.
¿Que exagero? En noviembre, el ministro y portavoz del Gobierno español, Méndez de Vigo, sostenía sin sonrojarse que “los medios nos están ayudando, en la campaña contra Catalunya”. Y el tipo, simpatizante del Opus, se quedó tan ancho. Otro gallo de corral peleón habría cantado, caso de que la prensa hubiese mostrado dos palmos de narices éticas, y no ser un correveidile de los intereses de un Gobierno, mentalmente putrefacto.
El panorama actual no sería el mismo si la prensa se hubiese mostrado menos complaciente con el Gobierno descabezando al movimiento independentista gracias al artículo 155, que para esto está en la Constitución, claro. Pero, ¡joder con la Constitución! A estos demócratas cuando les interesa ser constitucionalistas lo son más que la melena de los leones de las Cortes. Para nada se acuerdan del incumplimiento gubernamental de tantos artículos constitucionales relativos al derecho a la vivienda, al salario, a la libertad de expresión y a la libertad religiosa.
Lamentablemente, todos los periódicos estatales se han caracterizado por ser más españolistas que los toros de Guisando. Pero, de entre ellos, El País ha estado dos palmos por arriba de sus homólogos Abc, La Razón y El Mundo. Parecían opositar a cuál de ellos era más español y más patriotero.
Alguno observará que nadie esperaba otra cosa de tales papeles. Cierto. ¿También de El País, emblema o buque insignia -según sus apologetas-de la democracia y de la transición democrática? Por supuesto. El País es ese periódico que más bandazos ideológicos cuenta en su trayectoria, pues el único interés que mantuvo despierto a su director Cebrián fue llevarse bien con el establishment político que garantizase su caja de dividendos. Apoyó a los socialistas en el poder hasta que estos se pringaron de mierda. Así que, dados sus pocos escrúpulos éticos, no tardó en echarle los tejos al pulpo Aznar, uno de los políticos más siniestros que dio España en estos años.
Que sí, claro. Claro que sí. Una cosa es defender honradamente la unidad de España -si tal cometido es posible de modo democrático-, y muy otra hacerlo con una deontología profesional digna del hampa, y no con la que enseñan en las escuelas de periodismo, incluida la del propio periódico, según su libro de Estilo.
Solo un ejemplo de su modus operandi. En un editorial. dedicado a enlodazar la manifestación de independentistas catalanes en Bélgica, sostendría que “el separatismo pasea su odio a España por las calles de Bruselas”. Sustituir el deseo político de cuarenta mil personas por el odio solo cabe en un cerebro mohoso y torticero. ¿Cuarenta mil personas odiando al unísono tronante a España? Ni el marqués de Sade fue capaz de imaginar una sevicia así.
Por eso, a la pregunta del periódico madrileño - “si tiene cura el odio de los independentistas catalanes hacia España”-, yo respondería que sí. ¿Cómo? Dejándolos ser lo que quieran ser. En cambio, dudo que el odio de El País hacia los independentistas catalanes tenga cura, porque ya es lo que quiere ser y, siéndolo, se cree el rey del mambo de la democracia. Por lo que ya no sabe uno qué cosa sea peor para la convivencia, si el odio o la egolatría.
O ambas cosas a la vez, simbiosis letal que tan bien representa El País.