Eduardo Arocena
Estudiante y trabajador precarios. Indignado de sofá que decidió comprometerse y aportar su grano de arena. Espectador cada vez menos impasible de la vida.
Indefensión aprendida
No reclames, no sirve de nada. No te quejes, hay gente que está peor. No luches, no vas a ganar. Da igual que cambies tu voto, los políticos son todos unos ladrones. No te manifiestes, es inútil, se ríen de ti. No hagas huelga, te despedirán. No expreses tu opinión, seguro que sales perdiendo. Frecuentemente escuchamos estos mensajes o sus diversos eufemismos, aunque pasen inadvertidos en primera instancia.
Es contradictoriamente admirable conseguir que alguien vote en contra de sus propios intereses. Se necesita mucho tiempo, recursos e insistencia para conseguirlo. Cambiar este statu quo no se consigue de la noche a la mañana. Pero la gratificación inmediata que parasita esta sociedad conduce a la impaciencia y a la acuciante necesidad de exigir a las fuerzas del cambio en meses lo que no se ha exigido a las fuerzas hegemónicas en décadas, fruto de la indefensión aprendida instalada en el subconsciente colectivo. Más vale malo conocido que bueno por conocer, qué gran falsedad. El neoliberalismo dominante durante los últimos 40 años no se derrota en año y medio, impregna cada rincón de nuestra experiencia vital, alcanzando hasta la financiarización de la naturaleza.
Es condición necesaria pero no suficiente conseguir el poder político. Pero también es condición necesaria pero no suficiente alcanzar el poder económico, que el demos controle la economía. Y no sólo eso. Yanis Varufakis en una charla reciente hablaba de dos esferas que han permanecido conscientemente independientes en las democracias liberales: la política y la económica. La económica, la que verdaderamente detenta el poder ha fagocitado a la política. Esto se ha expresado de forma notablemente manifiesta en Grecia tras la victoria electoral de Syriza. El margen de maniobra de Tsipras ha estado perversamente circunscrito a las directrices del poder económico dictadas por los acreedores de la desorbitada deuda del país. Deudocracia.
Naomi Klein nos relató brillantemente en su libro y posterior documental “La Doctrina del Shock” lo que fue necesario para instaurar el régimen de Pinochet en Chile. Ahora han hecho lo propio en Grecia: conseguir que nadie se salga del guión. Hayek y Friedman estarían orgullosos de sus pupilos. Los alumnos superan a los maestros. Y ni siquiera han necesitado hacerlo por la fuerza, la deuda es el nuevo instrumento de dominación.
Únicamente desde la unidad de acción de los humildes a nivel global es como se puede corregir esta senda de darwinismo social y económico impuesto que nos guía hacia la autodestrucción. El pueblo, unido, jamás será vencido. No podemos permitirnos permanecer resignados, impasibles o indiferentes. No debemos.
Nuestros hijos nos preguntarán: ¿y tú qué hiciste mientras nos robaban nuestros derechos? Porque somos la inmensa mayoría, porque las luchas de hoy son los derechos del mañana. Porque fueron, somos. Pan, techo y dignidad.