Victor Moreno
Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.
Suciedad ambiental
¿De qué depende que un pueblo se mantenga limpio durante las veinticuatro horas del día?
La respuesta, más que probable, será la siguiente: “De sus habitantes”.
Porque la cuestión, no sólo es limpiar por parte del ayuntamiento, sino de no ensuciar, de no tirar al suelo todo aquello que nos sobra en cualquier lugar: portales, escaleras de las casas, calles, caminos, campos, huertas, paseos...
Hay días en que las calles de Barañain están colonizadas por la mierda. Restos orgánicos pluridiversos se encuentran en cualquiera de los rincones de calles y plazas. No existe espacio que pueda presentarse completamente limpio.
¿Dónde está la causa de este estropicio orgánico? ¿En el ayuntamiento como responsable primero y directo de dicha limpieza? Seguro. Y cada día que pasa su responsabilidad aumenta mucho más que la de los individuos.
El ayuntamiento no sólo es un gestor del erario. El comportamiento estructural del ayuntamiento como empresa privada obliga a ver la realidad como algo privado, como algo desencajado del interés de toda la ciudadanía.
A esta le cuesta entender de modo práctico que el espacio público es un espacio político, es decir, un espacio cuya higiene y limpieza es responsabilidad de todos. El actual ayuntamiento, como en su mayoría los ayuntamientos de derechas, con su tendencia a privatizarlo todo, está logrando, también, que la ciudadanía considere y acepte que el espacio público no es tal espacio, sino reducto de quien ha hecho de lo público una prolongación natural de lo privado.
Dadas estas circunstancias, es prácticamente imposible que la ciudadanía considere que la limpieza de las calles sea asunto que vaya con ella. Y no puede evitar que las calles se conviertan en prolongación de las salas de estar de sus casas.
Lo público ha dejado de ser público. Pues el poder lo utiliza como una realidad privada que maneja a su antojo. Así que, mientras la institución municipal no se desprenda del chip mental privatizador que le viene impuesto por dotación genética-autoritaria, las calles seguirán mostrando que sus gentes consumen de casi todo y no tienen vergüenza en demostrarlo tirando al suelo la huella delatora de su consumismo.