Victor Moreno

Victor Moreno

Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.

2013-11-03

Decir la verdad no basta

Antes se decía que con la verdad se iba a cualquier parte. Ahora, decirla es el principio de una tragedia a punto de estallar.  
Con decir la verdad, investigarla, aclararla y denunciar la mentira esté donde esté, no conseguiremos que quienes nos gobiernan sean unos benditos y unos ciudadanos honrados de primera. Y no, porque la naturaleza de las cosas tenga por hábito el ocultamiento, que también, sino porque el ser humano es un mal bicho. Sin olvidar que las instituciones sociales que el mismo funda son derivaciones de esa misma naturaleza. 
Añádase a ello la falacia del propio Estado  en creerse que tiene el derecho a mentir por razones de seguridad ciudadana. Pues, como dice el ministro de Interior, lo que el Gobierno hace, lo es por nuestro bien, incluida la tortura. Seguro. Solo le falta  añadir que el fin no justifica los medios cuando es común el uso de la mentira, el cohecho e, incluso, el crimen para alcanzarlo. ¿Qué fin ético y moral puede perseguir un Estado cuando en su práctica política se dan cita el engaño, el robo y el espionaje? 
Los medios que utilizan delatan la perversidad de sus intenciones.
Para colmo, el Estado presume de saber de lo que habla y de lo que se lleva entre manos –es la eterna serenata de Montoro y su pizarra-, así que, ignorantes de pacotilla, dejen de criticar al Gobierno. 
Sabemos por experiencia que el conocimiento no es el bien. No lo es de forma irrebatible. Hasta la fecha, dicha asociación solo ha garantizado el principio de una legitimidad autoritaria, por no decir totalitaria, pero no democrática. 
El conocimiento de la realidad económica y social no lleva a los políticos a practicar la virtud –muchos de ellos se han convertido en unos corruptos bárcenas-, y, menos todavía, conduce al bien de la ciudadanía. 
En política no basta con decir la verdad, odiar la mentira y perseguir el robo ajeno. Si la verdad del político no lleva a mejorar la vida de los ciudadanos, es paja que se lleva el viento. 
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