Victor Moreno

Victor Moreno

Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.

2016-10-24

El ministro Fernández y el futuro

El tiempo verbal que más usan los políticos en sus discursos es el futuro: “Haremos, construiremos, legislaremos”. Quizás, nadie sea tan consciente como la clase política de que “el futuro no existe”. De ahí el permanente abuso de su conjugación. Si se piensa dos veces por lo menos, concluyes que lo único que hay de verdad es el pasado. El futuro no es y el presente es instante fugaz, agua escurriéndose por entre los dedos del deseo.

A las derechas les gusta recordar que el pasado no se puede cambiar. ¿Cómo se habrán dado cuenta? Lo que no dicen es que algunos escritores, historiadores y políticos de derechas sí pretenden cambiarlo mediante interesadas interpretaciones hechas desde el presente. Porque cuando se controla el presente, se controla el pasado.

De ahí la pregunta: ¿quién puede apelar al pasado para pedir el voto de la ciudadanía si sabe que el pasado de su partido está lleno de marrones a cuál de ellos más pringosos? Uno debería afiliarse a un partido, no solo por lo que prometa construir en un futuro, sino, por lo que hizo en el pasado. Ya sé que cada uno se mete en el partido que le sale de sus esfínteres, pero no estaría de más recordar que hay decisiones que dicen de uno mucho más que si realizaras un máster para defender la vuelta de la Falange o del Carlismo. No pondré imagen, ni comentario, a la decisión de afiliarse a partidos más podridos que el sudario de san Policarpo, pero convengamos en que se necesita mucho valor y tener el olfato hecho una piltrafa.

Mirar al futuro y olvidarse del pasado. ¡De c…olorines! Menos mal que nadie puede ver el futuro, ni olvidar su pasado. Se trata de dos actividades insertas en la mecánica de la inteligencia de la persona. Somos ante todo y sobre todo memoria. Y esta tiene que ver con el pasado, sea este mediato, inmediato o diferido. Nos juzgan por lo que hemos hecho; no por lo que haremos.

El aval de un político es su pasado. Así que cuando uno lo desprecia o reniega de él, lo será porque sus ecos y sus voces no le favorecen. Aunque ya es sabido que uno se acuerda del pasado de los otros cuando sirve para acochinarlos.

Uno entiende que el ministro de interior en funciones, J. Fernández, no quiera conjugar su vida política en clave pasada, y no solo con relación a lo sucedido hace 80 años, sino con su paso remoto por el ministerio. Son muchos años acumulando actuaciones sectarias y meteduras de pata que ni Corcuera. Tantas que sería muy difícil retener de su currículum algún gesto que lo pudiera redimir de su cretinismo ideológico. Una pena. Porque un hombre capaz de hablar con un ángel tendría que decir cosas originales e inspiradas. Sucede todo lo contrario. Cada vez que habla, la Bolsa de la estupidez cotiza unos enteros más. Lo siento. Pero un hombre que intima con un custodio alado no puede pertenecer más que a un club selecto de imbéciles.

Su dictamen último tampoco parece resultado de una de esas conversaciones inefables con su amigo Marcelo: “hay que mirar al futuro y olvidarse del pasado”. Fernández debería reparar en que no existe una realidad más pasada de rosca que la existencia de los ángeles custodios. Y lo mismo cabría decir de esas vírgenes a las que decora con medallas en cuarteles de la Guardia Civil.

Fernández es un ministro del pasado y pasado. Y, ciertamente, con su pasado a cuestas cualquier discurso que dicte sobre el futuro no se lo creerá nadie. Aunque se lo haya inspirado su ángel de la guarda. Menos todavía.

 

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