Victor Moreno
Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.
Vale ya de disparates confesionales
Es una vergüenza, no que la Constitución establezca la neutralidad del Estado en materia confesional, sino que dicha declaración no se haya traducido todavía en una serie de órdenes y decretos, circulares y leyes tendentes a implantar dicho carácter en cada una de las instituciones que son prolongación de dicho Estado. Porque sería de ilusos establecer leyes para no cumplirlas, ¿no?
Desde que se aprobó la Constitución (1978) no ha existido una sesión parlamentaria en la que los diputados discutieran sobre el alcance programático de esta declaración. Un paso previo para, luego, aplicarla en las instituciones de titularidad pública: escuelas, ayuntamientos, cuarteles, parlamentos, hospitales, universidades, ejército, TVE, etcétera.
Es incomprensible que haya tantos políticos transgresores de este principio de neutralidad confesional y que sigan como concejales y diputados. Por menores delitos, algunas personas han sufrido cárcel y multas abultadas. Cosa seria, porque ¿qué es más grave para la convivencia, que alguien cuente un chiste de humor negro o que un político incumpla sistemáticamente un artículo constitucional?
Cabría decir otro tanto de políticos que juran sus cargos ante un crucifijo, sabiendo que ingresan en una institución de naturaleza aconfesional, y no en un convento de cartujos. Alguien tendría que decirle a estos meapilas que jurar cargos públicos ante un crucifijo es una contradicción con la naturaleza del puesto al que acceden. Si cometen delito, malversando fondos públicos, nadie les pedirá cuentas por jurar su cargo ante un crucifijo o la imagen de la Virgen de la Teta.
La institución pública no pide credenciales de carácter confesional a sus funcionarios. Sería ridículo hacerlo en un Estado neutral en esta materia. Que tal superstición la perpetrara el franquismo tenía su lógica perversa en tanto en cuanto no se podía ser español sin ser católico. Y hoy no vivimos en el franquismo. ¿A que no?
La verdad es que me temo que en esta materia seguimos anclados en las negruras del nacionalcatolicismo, ese fascismo de la fe que tanto poso dejó en muchas esferas institucionales del país y de las que, a la vista de los disparates cometidos por cierta judicatura, protegida por el Código Penal, no parece que se hayan librado de su influencia.
Desde 1978, el Parlamento español no ha cogido el toro de la aconfesionalidad por los cuernos de la declaración que señala el artículo 16.3. ¿Por qué? Adúzcanse cuantas razones se quieran, pero la principal sigue siendo el sometimiento del poder civil al poder religioso. Y lo hace escudándose en los acuerdos con la santa Sede, todavía sin dinamitar, y, en otro orden más prosaico, en la denominada tradición católica y el sentimiento religioso de las gentes, a las que no se quiere herir. ¡Cuánta sensibilidad por el pueblo al que continuamente se le somete a todo tipo de sevicias!
Los políticos han convertido la declaración de neutralidad del Estado en el hazmerreír de la democracia. El Gobierno de la Nación ha sido, y es, el primero en no cumplir con el ordenamiento constitucional, ese que, curiosamente, considera sagrado e intocable cuando le interesa y manda a los Tribunales a quienes lo desobedecen, sobre todo si son vascos y catalanes.
A quien exige la separación radical de la Iglesia y del Estado se le califica de ateo y de anticlerical. Vale. Sé que es inútil constatarlo, pero habrá que decirlo una vez más, amigo Sam. El laicismo nada tiene que ver con creer o no creer, ser mormón o católico. El laicismo es pura geometría espacial. Profilaxis que previene la gonorrea clerical que padece cierta clase política cuando permite en el ámbito de lo público la intromisión abrasiva de la espiroqueta de lo religioso avasallando el respeto que se debe a la pluralidad existente, tanto institucional como social.
Un ejemplo. Que los de Geroa Bai se hayan alineado con los de PP y UPN votando a favor de la visita del ángel de Aralar en el Legislativo navarro -finalmente frustrada por la astuta beligerancia católica de la Iglesia-, demuestra hasta qué punto cierta izquierda necesita más que una profilaxis, que, también, un replanteamiento de las compañías con las que viaja en esta legislatura. Debería hacérselo mirar. Es grave.