Victor Moreno
Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.
Lo que faltaba
Desde un principio, su presencia me incomodó. No eran las maneras clásicas de un abogado defensor de los que defienden asesinos o violadores. Me chocó tanto o más su manera chulesca de acercarse a las cámaras que su discurso donde aseguraba que sus defendidos eran inocentes. Las veces que lo hizo, surgía como si fuera un galán de una serie de televisión, vistiendo y peinado impecablemente, luciendo corbatas muy coloridas y estridentes, con gafas de distintos colores y tamaños que solía quitarse en cuanto abría la boca. Detalles de lencería que no me llevaron en ningún momento a incapacitarlo como abogado defensor, pero sí a mirarlo con mala gana. Me molestaba su protagonismo narcisista, obsceno e insolente, impropio en el escenario de una Audiencia. Intenten recordar. En el juicio, había dos abogados más que defendían a La Manada. ¿Alguien recuerda sus nombres? ¿Alguien los vio deambular de televisión en televisión, día sí y otro también? ¿Alguien los vio cambiar impresiones con los periodistas? Para nada.
Al parecer, el único abogado de la defensa fue él, el sevillano Agustín Martínez Becerra. En principio, pensé que procedía de la escuela espartana de la jurisprudencia, pero no. Quienes lo conocen afirman que hace una década fue contertulio deportivo en varias televisiones y radios de Sevilla. Y que, con el tiempo, recorrió casi toda las televisiones existentes: TVE, Telecinco, Antena 3, Trece Tv, La Sexta…
No quisiera convertir estos datos biográficos en un argumento ad hóminem contra su credibilidad como abogado y deducir a partir de ellos el modo y manera de comportarse antes durante y después del juicio, pero no puedo evitar traerlos a colación. Si ellos constituyen el humus ideológico que colorea su actuación como picapleitos, no seré yo quien lo diga. Solo me limitaría a insinuarlo.
Martínez Becerra, además de ser dueño de dos de las 1000.000 acciones que posee el Sevilla FC, es persona próxima a Biris Norte, la peña radical del club. También es vox pópuli en Sevilla que es/era amigo de José María Aguilar, alias Goku, miembro destacado de Biris Norte y autor del libro Mi vida ultra. Fue este Goku el nexo de unión entre Martínez y tres miembros de la Manada. De hecho, Aguilar es amigo íntimo de José Ángel Prenda, uno de los cinco que se sentaría en el banquillo de los acusados a partir del lunes 13 de noviembre. Y sería Aguilar quien conminase a Becerra para que viajara a Pamplona y aceptara sin rechistar la defensa de La Manada.
Y así sucedió. El 10 de julio del año pasado, 72 horas después de la detención, producida tras el primer encierro de San Fermín, Agustín Martínez Becerra se plantó en la cárcel de Pamplona y asumió la defensa de tres de los acusados: Ángel Boza, Jesús Escudero y José Ángel Prenda, miembros de La Manada y, también, seguidores radicales del Sevilla. FC.
Dicho lo cual, que el lector establezca, no conclusiones que sería prematuro y poco educado, pero sí, al menos, una cierta aproximación crítica al personaje, a quien, finalmente, caracterizaré de un modo más ácido recordando una de sus últimas anécdotas que le otorgan la categoría de charlatán de feria.
El Periódico de Aragón, 28 de abril, notificaba que Martínez Becerra intervino en unas jornadas que terciaban sobre Juicios Paralelos, tema candente en la Judicatura del Estado. En ellas, afirmó que “apostaría por una asignatura escolar de Derecho para educar a la población, sobre todo en aquellos casos de violencia de género en la que se da presunción de veracidad a un denunciante por su sexo”. Añadiendo que se trataría de “una asignatura de Derecho en los colegios que dejase claros al menos los principios fundamentales; de este modo, se evitarían muchos malentendidos”.
¿Malentendidos? Este tipo alucina. Cuando uno de los poderes fundamentales del Estado, como es el Judicial, ha sido puesto en la picota por parte de la sociedad, a este abogado lo único que se le ocurre decir es que la impartición de una asignatura de Derecho en la escuela evitaría las distancias y las suspicacias creadas en la población por el caso de La Manada.
Este sujeto sigue en la inopia, sin entender que no se trata de una cuestión de didáctica, sino de un problemón político, social y jurídico, de una importancia tal que solucionarlo es clave y decisivo para la articulación democrática de la sociedad.
Como hay que ser idiotas para sostener que una asignatura de Derecho en la escuela resolvería este gravísimo problema, recomendaría al susodicho la lectura de la obra de W. Benjamin, titulada “Sobre la estupidez”.
Y para evitar cualquier confusión al respecto, le invitaría que visitara Wikipedia, para que comprobara que este W. Benjamin nada tiene que ver con quien fuera jugador del Betis, lo que sería un verdadero hándicap para un ultra del Sevilla como él, y cortaría de raíz cualquier intento de acercamiento a dicho libro.