Dani Askunze
Alemania 1918: cien años de socialdemocracia
Este lunes se cumplía el centenario de la sublevación de los marinos de Kiel, en la que éstos se apoderaban de la flota y de los mandos que los enviaban a una muerte segura ,con una Primera Guerra Mundial ya perdida para Alemania. Con la abdicación del káiser, el Imperio se transformaba en República y ocupaba el gobierno el SPD, decano y campeón de la socialdemocracia europea; el mismo que años antes aprobaba los créditos de guerra y llamaba a la unión sagrada entre proletariado y burguesía, lanzando al primero a la hasta entonces mayor carnicería de la historia. Pero al mismo tiempo también se abría un convulso periodo conocido como la Revolución Alemana, con la eclosión de consejos de obreros y soldados (no sin contradicciones) desde Kiel hacia toda Alemania a imitación del ejemplo ruso, y que prolongándose hasta 1921, tuvo su desarrollo en varios acontecimientos hoy ya míticos. A saber: el mal llamado Levantamiento Espartaquista en Berlín, la República Soviética de Baviera o el Ejército Rojo del Ruhr. Hasta aquí la breve referencia a unos hechos relativamente poco conocidos pero de gran interés, por lo que fueron (la intentona revolucionaria más seria en un país occidental, industrializado y más o menos democrático) y por lo que no pudieron ser (el fracaso de la revolución europea que finalmente fue sólo rusa, con todas las consecuencias).
A menudo se ha simplificado en exceso el relato sobre el papel que cumplió la socialdemocracia a una suerte de traición externa y a llorar el vil asesinato de los mártires Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Fue algo más complejo e indagar en ello nos sigue siendo útil a día de hoy. Ciertamente la
socialdemocracia histórica y la actual no son exactamente lo mismo. La primera planteaba sobre el papel una transición pacífica del capitalismo al socialismo, con cierto viento a favor de un capitalismo ascendente, y constituía para ello un enorme movimiento sobre la acción en parlamentos, sindicatos o
cooperativas. Por su parte, la renqueante neosocialdemocracia plantea como máximo hoy una especie de reedición del Estado de bienestar, imposible ya en el capitalismo decadente, y cuando al fin consigue gobernar se encuentra con un muro a la hora de aplicar su programa. Ni que decir tiene que la oleada revolucionaria de hace un siglo se parece poco a la por el momento calma chicha actual.
¿Qué hilo conductor podemos encontrar pues a nivel práctico entre la vieja y la nueva socialdemocracia, en situaciones y contextos tan diversos? Que más allá de las consignas, ambas cumplen a la hora de la verdad el mismo papel: neutralizar toda posibilidad de revolución social. Este objetivo no es exclusivo suyo, claro está; pero ha demostrado ser un actor privilegiado y extremadamente útil para lograrlo, como buen chico de los recados de las élites. Para ello, no se sitúa simplemente en un afuera, sino que desde dentro del propio campo rebelde, pilota su integración en el orden burgués, su asimilación. No en vano, en el caso alemán fueron los propios soviets de mayoría socialdemócrata quienes decidieron no tomar el poder y devolvérselo al parlamento, quedando como mero anexo a él. También se muestra como gestor de lujo en épocas convulsas. Y no hay por qué retrotraerse a la República de Weimar. Nadie habría sido capaz de gestionar de manera menos conflictiva la aplicación durante estos últimos años de la receta neoliberal de las políticas de austeridad en un país como Grecia que un partido de izquierda radical. Por último, cuando llega la hora de utilizar la mano dura y la represión más cruda como hizo hace un siglo en Alemania, dejará a la minoría insurrecta aislada, indefensa y la aplastará fácilmente.
En la combinación perfecta de estas fórmulas está el efectivo papel disciplinario que cumple la socialdemocracia como forma de gestionar el antagonismo y garantizar la paz social, como forma de dominación al fin y al cabo. Tan lejos y tan cerca. Ayer y hoy.