Iñaki Jauregui
Hablemos de economía, pero no como hacen los libros ni los informativos, sino a partir de observar a nuestro alrededor. Hablemos de la gente.
El doblefilista
Hoy os voy a hablar del doblefilista.
El doblefilista aparca su vehículo en el punto más cercano en línea recta a su destino, independientemente de si está permitido estacionar ahí o no. No mira las líneas de colores pintadas en la carretera ni las señales en la acera. No pierde un minuto en buscar sitio, de hecho, puede que haya dejado dos huecos 20 metros por detrás. Demasiado lejos. El doblefilista es vago. Y si llueve, lo es todavía más. El doblefilista es pobre. Se ha gastado 30.000 euros en su coche y ya no le queda dinero para pagar la zona azul. Esos 20 céntimos están por encima de sus posibilidades. Él ya paga su impuesto de circulación, dice, como si los demás no lo hiciéramos. Dar vueltas buscando aparcamiento consume mucha gasolina, añade, y su conciencia queda inmaculada. El doblefilista tiene prisa. Más que tú y que yo. No puede esperar ni un segundo. El coche al que no deja salir seguro que no tiene tanta. Es alguien importante, cada segundo es oro. Además, es solo un momento, es coger el pan y ya. O dejar al niño y ya. Al doblefilista no le importa ocupar la parrilla amarilla destinada a las motos, ni bloquear la salida de un garaje, las luces de emergencia son su salvoconducto para hacer lo que le dé la gana. Es poco solidario. Los más intrépidos ocupan plazas de minusválidos, lo que les obliga a echar la quiniela a doble velocidad. Al doblefilista no le gusta que quiten carriles de las avenidas importantes, pero no tiene reparos en ocupar uno de ellos en perjuicio de todos los demás. Además, estas son cosas de progres. Tampoco le gusta la amabilización de los barrios porque ya no podrá alunizar con su vehículo la mañana que le da por hacer de rey mago. El doblefilista dice que las villavesas tardan horrores y que por eso va en coche. Las villavesas que van lentas son las mismas a las que él corta el paso.
Quizás el doblefilista como tal no exista. Puede que sea un ente formado por una versión fugaz y pasajera de ti y de mí y de mi vecina de arriba. De nuestras peores versiones. Si lo mirásemos al microscopio, veríamos que sus células son personas normales ignorantes de su eventual condición, ajenas al daño infringido al resto de la comunidad. Es nuestra labor desterrar esa faceta vil y egoísta de nosotros mismos y denunciar los comportamientos doblefilistas de nuestros vecinos. Todos saldremos ganando.