Victor Moreno

Victor Moreno

Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.

2021-12-27

Síndrome del Desorden Mental Generalizado

Cuando veo a los antivacunas manifestarse en la calle contra los Gobiernos de sus respectivos países, me parece bien que ejerzan sus derechos como ciudadanos para hacerlo. Lo que ya no me parece tan ajustado, no al Derecho ni a la Constitución, sino al sentido común, es el batiburrillo de sinrazones esbozadas para justificar su comportamiento ¿tribal?
Lo hacen, dicen, para protestar porque les obligan a vacunarse, lo que es falso. Para muestra ellos mismos. Porque se les obliga, añaden, a llevar mascarillas, como si fueran perros rabiosos a quienes se les pusiera un bozal para evitar así el contagio. Lo que no se corresponde con la realidad. Para muestra ahí están ellos en la calle mostrando su rabia contra esos gobiernos que dicen mancillar su libertad. Porque, siguen recitando, todo es una farsa y un cachondeo, pero ellos, al decirlo, magnifican dicha decisiones gubernamentales protestando contra ellas un día y otro también. Porque, además de todo lo anterior, se ven sometidos al cumplimiento de unas restricciones en beneficio de una salud pública abstracta que no es ni individual ni colectiva, añadiendo que los gobiernos están haciendo el juego a los laboratorios y a las farmacéuticas internacionales pagándoles con el dinero de todos y dándoles todo tipo de facilidades para hacerse más ricos con la venta fraudulenta de fármacos transgénicos…
En ningún momento, suelen protestar contra sus gobiernos respectivos diciendo que estos se preocupen por salvar vidas ante una gravísima pandemia. En cambio, sí se les ha oído decir que los gobiernos lo que están cometiendo es un genocidio. Lo extraño es que nunca se les haya visto protestar contra los genocidios que se han cometido en el siglo XX en algunos de esos países.
Así que ante este panorama, no he evitar el recuerdo de lo que sucedió en tiempos pasados en situación de parecidas pandemias.
Recuerdo, por ejemplo, a los médicos navarros participantes en el Congreso Médico Regional de Navarra, celebrado en Tafalla en 1886, para encontrar el remedio que pusiera coto a la peste del cólera que, desde 1885, tuvo al Estado y a Navarra entera en la cuerda floja del rigor mortis.
Algunos galenos conocían desde 1883 el descubrimiento de Robert Koch, el bacillus Virgula, causante de la peste, pero, lamentablemente, no disponían de la vacuna que matase aquel bicho que traía por la calle de la amargura a la población navarra y española. Y que ya lo había hecho en 1835 y en 1855.
Caso de que aquellos galenos hubieran dispuesto de la vacuna contra aquel diabólico bacilo, desde luego, no se habrían andado con chiquitas. Ni con tantos tiquismiquis leguleyos, ni políticos, ni invocaciones a Dios, ni a la libertad individual, ni a peregrinas argumentaciones como las que aparecen en boca de los antivacunas aludidos.
Lo único que tenían claro es que la población entera se jugaba la vida o la muerte. Lo demás era lo de menos. La Ley Orgánica de Sanidad de 1855 era taxativa en cuestiones de salud pública y advertía de que “en circunstancias especiales deben tomarse medidas coercitivas”
Basándose en esa ley, el gobierno de 1885 ordenaría acordonamientos, lazaretos y cuarentenas interiores. Es decir, establecieron restricciones que asegurasen la vida de los ciudadanos. Y, desde luego, cuando lo hicieron no se armó tanto barullo político, económico y mediático como hoy. Era unánime que lo único que estaba en peligro era la vida humana. No el modo de gobernar.
En aquel citado congreso, los médicos Nicasio Landa -uno de los fundadores de la Cruz Roja-, y Antonio Martínez Ayuso, reconocieron que "si bien el aislamiento absoluto es medio seguro de preservar del cólera a una localidad, dicho aislamiento, como la experiencia ha demostrado una vez más en la última epidemia, es irrealizable y perjudicial, porque, resultando ineficaz para preservar del mal, es dispendioso, vejatorio y ruinoso para la agricultura, la industria y el comercio, y porque los pueblos dejan de invertir en su saneamiento, las cuantiosas sumas que malgastan en ilusoria incomunicación".
Esta fue la polémica que adquirió la naturaleza de un gran debate entre los médicos. En ningún momento se les vio discutir acerca de lo correcto o incorrecto de usar o no usar una determinada vacuna. Ni pasó por sus cabezas dejar al albur de la libertad y de la voluntad de la población el hecho de vacunarse o no, o cumplir las normas establecidas por la autoridad. En cuanto a los enfermos, en lo único que de verdad suspiraban era en encontrar el remedio que atajara de raíz de los efectos del cólera.
Máxime si repasamos los remedios con los que algunos médicos utlizaban para paliar los efectos de aquella peste, entre los que cabría citar la “eterización rectal”. Como suena. Seguro que la salvación de la Nación en abstracto les importaba nada, pero de lo que no cabe duda es que sí les concernía y mucho su salud individual y la de sus semejantes que vivían al lado. Y por curarse hubiesen sido capaces de cualquier sacrificio, incluso dejarse vacunar.
Aquellos médicos seguirían discutiendo en aquel Congreso y cada cual intentó sortear los síntomas del cólera, nunca la causa, con todo tipo de remedios a cual de ellos más extravagantes. ¡Lo que no hubiesen dado por disponer de la vacuna!
Por no tenerla en 1886, los estragos Navarra fueron como indica la siguiente ficha técnica: “Número de ayuntamientos invadidos: 81. Población total de Navarra: 304.184. Población sometida a la epidemia: 161.626. Días de epidemia: 105. Invadidos: 12.895. Fallecidos: 3.261. Intensidad diaria: 31,16”.
Caso de haber dispuesto del fármaco curativo, nadie hubiese rechistado ante la obligación de metérselo en el cuerpo sin pensar, desde luego, en sus efecto secundarios. Menos aún recurriendo a la libertad individual para no hacerlo. ¿Libertad? ¿Quién pensaba en ella? Lo primero era seguir vivos, algo que ya no podían decir muchos de sus familiares muertos en la peste de 1855.
Libertad, decimos. No existe tal libertad. Nunca ha existido. Si el ser humano estuviera exento de necesidades, es posible que se pudiera hablar de libertad. Pero a la vista está es que vivimos esclavos de cientos de necesidades -tan inútiles como banales-, que no cesa de crearnos el Saturno mercado en nuestras vidas. El señuelo de su satisfacción radica, precisamente, en eso, en hacernos creer que somos libres, porque satisfacemos necesidades que no precisamos para vivir.  
¿Qué libertad puede existir en el acto de satisfacer una necesidad creada artificialmente? El mundo de las necesidades es el mundo de las obligaciones. Y, si algo es obligatorio, no es libre. ¿Como la obligación de vacunarse? Sin duda. ¿Entonces? Entonces quiere decir que ahí está el sentido común y la racionalidad, para distinguir entre satisfacer una necesidad necesaria y una necesidad tan inútil como banal. Si no somos capaces de diferenciar ambas, es que padecemos el síndrome del Desorden Mental Generalizado, que nos impide distinguir entre libertad y necesidad. Entre otras cosas.

Diseño y desarrollo Tantatic